Bien vestido y perfumado, Alberto entra al Club con la intención de revivir una aventura, quizás pasajera, quizás sentimental. Se sienta entre mujeres conocidas, cada una con su trago, con su historia, con su lugar en su memoria. Las palabras fluyen, las risas también, y los recuerdos comienzan a desnudarse.
Florencia, la vieja amiga, se le acerca con una silla y una mirada inquisitiva. Pone su mano sobre la de él y lo enfrenta con lo que parecía olvidado: invitaciones, insinuaciones, juegos a punto de consumarse.
—¿Te acuerdas, Alberto?
—La verdad, Florencia, no me acuerdo de nada… aunque sí me acuerdo de aquella noche cuando…
—¡Yo sí me acuerdo! —interrumpe ella—. Sobre todo de cuando mamá nos sorprendió en aquella posición indecorosa y gritó como si hubiese visto un crimen. ¿Entonces sí te acuerdas?
—La verdad, Florencia, que no me acuerdo…
—¿Por qué no dejan esos recuerdos y hablan del presente? —interviene otra—. ¿No ves que Alberto es un hombre casado? ¿Y si Jacinta los encuentra en plena escena de manoseo?
—No sean malpensadas. Si yo quisiera tener algo con Alberto, se lo diría.
—Tú debes saber, Florencia, que siempre te he admirado desde que te conocí…
Un relato lleno de ironía, deseo y memoria, donde el pasado regresa con fuerza y el presente se tambalea entre copas, palabras y cuerpos que aún se buscan.