En medio del ruido de los días y de las estructuras que se desmoronan, se levanta una voz que incomoda, confronta y orienta. No hay adornos, no hay promesas vacías. Solo un llamado firme a volver al centro, a revisar los cimientos, a encarar el abandono interior que tantas veces se disfraza de rutina espiritual.
Las páginas invitan a mirar de frente los restos de una fe que alguna vez ardió con fuerza. Frente a la comodidad que adormece, aparece la urgencia de levantar lo caído, de priorizar lo que realmente importa, de dejar de correr detrás de lo propio mientras el propósito eterno queda relegado.
Cada reflexión golpea con precisión. No se trata de teoría ni de nostalgia, es una reconstrucción real, decidida, que comienza con el reconocimiento del estado actual y se sostiene en la obediencia. Quien se atreve a leer, no sale ileso. Porque cuando el alma ha dejado de edificar lo sagrado, cada palabra se convierte en martillo y plano.